¿Más conectados o más desconectados? La era digital transformó nuestros hogares, nuestros lugares de trabajo, nuestras relaciones. Transformó nuestro mundo. En muy poco tiempo pasamos de consultar la enciclopedia y seguir normas y cánones establecidos para convertirnos en personas con acceso libre a un océano de información y nuevas tecnologías. Para convertirnos en tomadores de decisiones.
Debimos adaptarnos, dar una vuelta de página para acomodarnos a este nuevo escenario rápido y vertiginoso. El avance tecnológico es imparable y ha traído innumerables beneficios así como también, grandes desafíos.
Para muchos, esta vorágine tecnológica representa una pérdida de sentido, un escenario que los enfrenta a nuevos sentimientos: ansiedad, apatía, confusión, desmotivación y vacío emergen como síntomas de que algo debe cambiar.
Estamos viviendo una era sin precedentes que nos interpela a recuperar y enaltecer lo humano, a crear espacios de trabajo más significativos que inspiren a las personas, que las hagan sentir únicas y especiales. Porque lo son. Porque debemos entender que cada una de ellas debe ser el centro de las organizaciones, el núcleo desde donde tejer la red que una todo lo importante: los valores, los vínculos, los objetivos, las tareas.
Las personas dejaron de entender el trabajo como un mero intercambio de tiempo por dinero, simplemente entienden que tiene que ser una experiencia enriquecedora para sus vidas. Pero los números, las estadísticas, hablan de que aún estamos lejos de lograrlo: a nivel global, el trabajo se presenta como la principal fuente de estrés. Un estudio realizado en 39 países en 2024 por la consultora Estudio Voices!, integrante de WIN Internacional (la red que nuclea a organizaciones dedicadas a la investigación de mercado y opinión pública), reveló que el 32% de los encuestados calificó su nivel de estrés como “bastante malo” o “muy malo”. En particular, en Argentina el 54% de las respuestas fueron desfavorables.
Es que mientras intentamos adaptarnos a lo nuevo, vamos navegando las aguas de lo incierto y volátil, en un entorno no lineal en el que las causas y consecuencias no se develan de manera inmediata. Los eventos irrumpen y las reglas del juego cambian de manera intempestiva. Nos invaden sentimientos de ansiedad y desequilibrio y una sensación de falta de control sobre las situaciones. Comenzamos a sentirnos a la deriva, sin rumbo. Comenzamos a perder el sentido.
Imaginemos por un instante algunas situaciones que observamos a diario en nuestros espacios de consultoría: líderes inseguros o frustrados que sufren en soledad porque sienten que no cuentan con las habilidades para impulsar los cambios que necesita su empresa; organizaciones que empujan a sus empleados a desempeñarse en tareas poco claras, sin brindarles capacitación o acompañamiento suficiente, casi como invitándolas a saltar al vacío; profesionales con coraje e ímpetu que se sienten limitados por estructuras organizacionales obsoletas; personas paralizadas y con falta de confianza, carentes de resiliencia.
Es decir, hablamos de personas y organizaciones que necesitan cambiar, conectarse consigo mismas para reencontrar el rumbo en medio de estas aguas turbulentas, en sintonía con su propia singularidad. Y en este camino de transformación y desarrollo que enfrentamos, necesitamos preguntarnos de qué manera vamos a abordar estos procesos: ¿más conectados o más desconectados?
Llegamos a una bifurcación, debemos elegir entre seguir profundizando el malestar o comenzar a reconstruir los tejidos sociales que la vida moderna fue erosionando.
Necesitamos un giro, una nueva mirada amplificadora, una perspectiva integral que potencie lo humano. La velocidad tecnológica es feroz y avasallante: si trasladamos sus tiempos al ámbito social podemos perder de vista a las personas y sus procesos.
La necesidad de cambiar y adaptarnos es constante y conlleva incomodidad y dolor, es cierto, pero el sufrimiento es innecesario. Podemos evolucionar y aprender en comunidad, ser y hacer red para sostener los procesos y facilitar los aprendizajes. Podemos trabajar juntos. Aprender a vernos. Mirarnos, pero mirarnos de verdad. Debemos animarnos a mostrarnos vulnerables frente a otros, a quitarnos las máscaras y ser nosotros mismos, con nuestras luces y sombras. Convencidos de que en el encuentro con el otro están las oportunidades de desplegar todo nuestro potencial.
Avanzar en este sentido es navegar contra la corriente. Es iniciar un cambio contracultural en donde las conexiones significativas y la vida en comunidad estén por encima de la actual cultura del individualismo, que no hace más que dejar un profundo vacío en las personas. Necesitamos desconectarnos para conectar.
El politólogo y licenciado en Relaciones Internacionales, Augusto Salvatto, en su libro “La era del malestar: Algoritmos y redes antisociales” hace referencia a la cultura del atracón, a la tendencia a consumir grandes cantidades de contenido de manera compulsiva y priorizando el entretenimiento superficial, como característica de esta época y uno de los aspectos que contribuye a la falta de propósito y al sentimiento de malestar.
En este contexto, el rol del líder es trascendental. Necesitamos más personas que estén al servicio de las personas, con el coraje e ímpetu necesarios para desafiar a sus equipos. Líderes que pongan en valor la diversidad y el aprendizaje en comunidad, que sean conscientes de que la colaboración y el intercambio de conocimientos son esenciales para el crecimiento continuo. Líderes que generen ámbitos que propicien el aprendizaje, que brinden seguridad psicológica como condición indispensable para evolucionar y crecer. Líderes que hagan más foco en el proceso que en los resultados, que guíen y acompañen a las personas desde una visión integral y que las reconozcan y ubiquen como protagonistas de sus propios procesos de desarrollo. Líderes dispuestos a tomar riesgos, a centrarse en el propósito, a dejar el ego a un costado para construir mirando hacia adelante y en contacto con el otro, en comunidad. Líderes que potencien a las personas y sus equipos. Líderes que inspiren y motiven. Líderes que comprendan que sólo en la medida en que las personas puedan desplegar su ser individual, será posible alcanzar una mayor plenitud y resultados extraordinarios. Navegar con seguridad en un mar vertiginoso. Encontrar el rumbo. Recuperar el sentido.
Lic. Valeria Parada
Consultora en desarrollo organizacional y humano
Directora Valeria Parada RH